lunes, 3 de agosto de 2009

Reflexión sobre la identidad

"La identidad es la conciencia de la cultura propia y apropiada"
Dra. Yamileth González, Dra María Pérez Y.

Identidad real

Existe identidad (o identidad real) en una red distribuida, cuando hay expectativa cierta de que aquello por lo que cada nodo reconoce a los demás miembros de la red, le será reconocido a él por los demás.

Ejemplos

Si defino la red Z como “mis amigos”, puedo esperar que sus participantes me llamen amigo. Si defino la red como “los compañeros entre los que escribimos el libro X“, sé que ellos me reconocerán como autor. Si defino la comunidad en la que trabajo como “la red de las Indias“, sé que sus miembros me considerarán “indiano“.

Identidad real y comunidad

Cuando una red distribuida o un cluster de personas comparten además una identidad hablamos de comunidad

Identidades imaginarias

Las identidades imaginarias son aquellas, como la nacional o la religiosa, que se dan al margen de una red. No conozco más que a una mínima fracción de mis supuestos connacionales o a las personas que "componen" mi clase social. En realidad a la inmensa mayoría de ellos tan sólo puedo imaginarlos, homogeneizándolos mediante una serie de ideas y atribuyéndoles o seleccionándolos por una serie de cualidades.

De la identidad real a la imaginaria

La transición de identidades reales a imaginarias ha sido explicada por Augusto de Franco:

Una identidad es generada siempre por un cluster o una red distribuida, pero se revela como tal en la medida en que es reconocida por elementos exteriores a ese cluster.

Las personas reconocen un patrón en comparación con otros patrones. Las identidades sólo pueden ser definidas relacionalmente.

Una identidad real, una vez formada, puede ser copiada (nunca perfectamente), imitada. Generar una identidad es como generar un meme o un sistema de memes. Existe una identidad imaginaria por tanto, cuando se replicar un patrón fuera del cluster en el que fue generado.

Las comunidades son, por definición, generadoras, verdaderas fábricas de identidades. Sin una comunidad real de base no surge una identidad y mucho menos se expande, es replicada en otras redes. Hace falta un tiempo de maduración para generar una identidad.

Dadas las situaciones de actualidad en referencia a la identidad podemos analizar la verdadera relación que se crea con el manejo de los medios tecnológicos y la perdida de identidad personal que representa este hecho, cabe indicar, que le desarrollo tecnológico tiene su fundamentación en el acercamiento la socialización e interaccion de las personas con un grupo variado de personas y es asi como se crea las redes sociales, en las cuales se representa claramente que las personas asumen en muchas ocasiones una identidad que no es propia, es un deseo de ser alguien o pretender ser alguien al cual anhelan y desean esa identidad, ya sea por idolatría, representatividad o en demostraciones de afecto.

El diario El País dedica una página entera a hablar de los riesgos personales que significa la computación en internet y se pregunta ¿Que parte de nuestra identidad podemos o queremos perder en la internet? Yo creo que la pérdida del control de nuestra identidad en la red es algo anterior al uso de la web y tiene más que ver con las redes sociales y las aplicaciones 2.0 que donde esté realmente la información.

Lo que está pasando es que, queramos o no, nuestra identidad es cada día más accesible desde cualquier punto de la red y tenemos menos potestad sobre lo que se diga o no de nosotros. ¿Merece la pena tratar de impedirlo? ¿Es posible hacerlo? Me temo que es muy difícil, a menos que seamos unos hackers de cuidado, y que es una pérdida de tiempo el intentarlo.

De todas maneras, la red termina llegando a cualquier extremo de la información personal a la que tenga acceso y ya son unos cuantos los que "no están en la red para que la red no sepa de ellos". Con el tiempo, hasta la información de quienes no estén en ella circulará por la red. Su única diferencia es que ellos -desprovistos de acceso- no lo sabrán.

Para empezar a resolver mi propia identidad me deben surgir ciertas dudas razonables, ¿Quien soy en realidad? ¿Cuando ya no puedo saber quien soy?
¿Cuando no se si voy o vengo? ¿Cuando me siento fuera de lugar?
¿Cual es mi verdadera identidad? ¿El nombre que mis padres me dieron? ¿El nombre que yo me di? ¿Como voy a saber que tengo que hacer
si no se ni quien soy? ¿Como voy a presentarme
si no se ni mi nombre? ¿Todos tenemos un lugar en el mundo
pero pocos sabemos cual es nuestro lugar? ¿Cual es nuestra identidad
lo que en realidad somos?


Y en la búsqueda de esa respuesta intentamos todo, tratamos de ser como otros, para encontrarnos a nosotros mismos pero nunca nos encontramos.
Es justo en ese momento cuando la inconformidad llega a la vida cuando inician las preguntas planteadas y empiezas a indagar quien eres en realidad o si solo eres el espejo de alguien mas.

La juventud solo se convierte en un reflejo o imagen, existen jóvenes lesbianas, homosexuales y gays que lo son porque su circulo social lo es (Mi mejor amiga es lesbiana, por lo tanto yo soy lesbiana) o porque nuestros medios han desarrollado un esquema mediatico en el cual la televisión y todos los medios informativos brindan espacios para este tipo de comportamientos que no son de cuna y genero sino por falta de identidad propia.

Para encontrar la verdadera respuesta debemos buscar mas profundo de lo que muchos buscan por eso ellos se quedan perdidos pero no significa que deba ser asi para nosotros tambien.

El nuevo gobierno de los Estados Unidos de Norteamerica impulsa la identidad por medio del desarrollo genético, utilizando nuestro propio ADN para darle continuidad a personas que aportan en gran medida a su sociedad y se identifica con las necesidades globales.

El ADN, la sustancia que encontró Friedrich Miescher en 1869, se convirtió en uno de los descubrimientos más trascendentales de la historia humana y no sólo por explicar la transmisión hereditaria de los caracteres.

La identificación de personas por medio de su ADN es quizá la aplicación más conocida, difundida por los medios de comunicación como clave para la solución de casos de identidad reales y en la ficción, sobre todo en la de carácter policíaco.

Para realizar la 'huella de ADN' de una persona, sin embargo, no se identifica toda la secuencia de sus cromosomas, sino únicamente unos 13 puntos o loci de grupos de bases con repeticiones que son distintas en cada individuo. La repetición de bases en cada locus individual está presente en un porcentaje de entre 5 y 20% de las personas, pero la combinación de las repeticiones en los 13 loci es la que identifica a un individuo con una certeza casi absoluta.
Una muestra de ADN, sin embargo, no sirve si no se tiene otra muestra con la que compararla para saber si pertenece o no al mismo individuo. En la ciencia forense, las pruebas de ADN pueden identificar a una víctima, establecer relaciones de parentesco, entre ellas de paternidad, o condenar o exonerar a un acusado al comparar su ADN con el de muestras de fluidos corporales que el delincuente dejara en el lugar del crimen. La importancia de esta capacidad de identificación del individuo que pudiera haber depositado sangre, saliva o semen en un lugar se puede valorar pensando en que a fines del siglo XIX no existían ni siquiera las herramientas necesarias para saber si una mancha marrón era o no de sangre, mucho menos para identificar el tipo sanguíneo, el sexo del individuo o su identidad con total precisión.


Hoy, estudiando los restos de hombres de Neandertal recuperados en distintas excavaciones, algunas de ellas en España, como las de Atapuerca en Burgos o las de la Cueva del Sidrón en Asturias, se está reconstruyendo la secuencia de ADN de esta especie humana desaparecida hace alrededor de 30.000 años. En el 200 aniversario del nacimiento de Darwin, el Dr. Svante Pääbo, del Departamento de Genética del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva presentó el primer borrador de la secuencia genética del Neandertal, con el 60% de su ADN secuenciado.

El descubrimiento más relevante realizado por el grupo de Pääbo hasta ahora es que, además de las esperadas raíces comunes de los Neandertales y los Homo sapiens, ambas especies tienen el gen llamado FOXP2, el cual haría parte de su identidad y que se relaciona con la capacidad de hablar, lo que apoya la hipótesis ya avanzada por los especialistas en anatomía fósil de que estos primos nuestros, alguna vez representados como salvajes simiescos y torpes eran, en realidad, más humanos de lo que a algunos les gustaría aceptar.
No se puede pasar por alto la secuenciación del ADN humano, lograda en un 92% apenas en 2003, como base para identificar algunas alteraciones genéticas que pueden afectar la salud, el desarrollo o el bienestar. Es importante recordar que tener la secuencia del ADN del genoma humano, neandertal o de cualquier ser vivo es sólo el primer paso, necesario pero insuficiente, para leer el libro de la genética. La decodificación de esta secuencia requerirá los esfuerzos de numerosos científicos en los años por venir.

IDENTIDAD Y GLOBALIZACION

En algunos paises piensan que la globalización, especialmente en su dimensión cultural, está amenazando la identidad nacional. Los síntomas de esta amenaza están en todos lados. El campo, sometido a dura modernización, ha dejado de ser el principal centro proveedor de trabajo y de cultura que era antes y por lo tanto los valores rurales tienden a desaparecer; muy poca gente ya asiste a las actividades y fiestas típicas campesinas. En Septiembre de 1996 el Alto Las Condes, el mall más moderno de Santiago, montó una exhibición de “chilenidad” en sus patios de estacionamiento, poniendo allí algunos fardos de paja, carretas, algunos caballos y personas vestidas de huaso de modo que los niños urbanos que nunca han visto esas cosas (no conocen su identidad) pudieran saber lo que es ser chileno. La paradoja es que, sin duda, el fin de todo esto no fue sólamente un intento por recuperar una identidad que se va perdiendo en la ciudad, sino más bien aprovechar el tema como motivo publicitario, o señuelo para que la gente consuma en las tiendas del interior.

Otros síntomas serían que la música chilena se oye cada vez menos e incluso en las ramadas diciocheras, donde la cueca y las tonadas resurgen temporalmente, la gente pareciera preferir bailes extranjeros como los corridos, las cumbias, el tango y la salsa. La observación participante de ramadas en Constitución, el 19 de Septiembre de 1997, concluía que “la música que existía en las ramadas y kioscos correspondía principalmente a cumbias, corridos mexicanos y sólo ocasionalmente a cuecas.”[1] Pero más allá de esto, entre la juventud surgen cada vez con mayor fuerza grupos rockeros, raperos y punk que imitan no sólo la música sino también las vestimentas y modos de moverse y actuar de sus originales europeos. Los símbolos patrios han ido perdiendo fuerza: cada vez menos habitantes se molestan en poner banderas durante las fiestas patrias de sus paises. Los hábitos alimentarios también han ido cambiando sometidos al bombardeo sistemático de pizzas y hamburguesas americanas, de restaurantes franceses o italianos que van lentamente desplazando los tradicionales platos de sus regiones. Un número cada vez más importante de actividades profesionales, comerciales y financieras usan nombres extranjeros y operan con un lenguaje salpicado de palabras y expresiones inglesas. Los hábitos de entretenimiento de la población también han ido cambiando y muchos juegos y actividades tradicionales son reemplazados por computadores, videos y juegos electrónicos.

Frente a esta realidad puede argumentarse en dos sentidos diversos. Por un lado se puede sostener que la identidad nacional se ha ido perdiendo o está seriamente cuestionada por el impacto de la globalización. Gabriel Valdés, por ejemplo, sostiene que en el Chile de hoy existiría una “voracidad por importar, tantas veces sin cedazo, ideologías y culturas ajenas; y por enajenar piezas esenciales de nuestra economía, que países más inteligentes guardarían para sí. Parece que en Chile todo está en venta al extranjero, en circunstancias que una Nación requiere cuerpo, instrumentos y servicios propios.”[2] Bernardo Subercaseaux, por su parte, argumenta que la falta de espesor cultural lleva a que la globalización favorezca el surgimiento de microidentidades y produzca un desperfilamiento de la identidad nacional.[3] Jacques Chonchol sostiene que “la cultura globalizada de masas que se pretende imponer en todos los países del mundo con el pretexto de la llamada modernización es inaceptable” y que, por lo tanto, es indispensable “adoptar políticas adecuadas para valorizar y reforzar las culturas locales y las especificidades culturales nacionales… y luchar contra la homogenización cultural del modelo dominante.”[4]

Por otro lado, se puede sostener que la identidad nacional, bajo el impacto de la globalización, se ha ido reconstituyendo en un sentido diferente, pero de ninguna manera desperfilándose o siendo reemplazada por una cultura universal homogenizada. Por el contrario, si la identidad nacional no se define como una esencia incambiable, sino más bien como un proceso histórico permanente de construcción y reconstrucción de la comunidad nacional, entonces las alteraciones ocurridas en sus elementos constituyentes no implican una pérdida de identidad, sino más bien un cambio identitario normal.

Fijémonos por ejemplo en dos elementos sustanciales que nadie negaría que han tenido una influencia capital en nuestra identidad: la lengua española y la religión católica. Sin duda que llegaron a ser propias de la mayoría de las personas, pero en sus orígenes fueron ajenas, en cuanto vinieron desde Europa. En segundo lugar, aquello que en las diversas versiones de identidad se califica de “propio”, es siempre resultado de un proceso de selección y exclusión de rasgos culturales, que se realiza desde la perspectiva de un grupo dominante. Por ejemplo, de los indígenas habitualmente se selecciona su valor y su sentido de familia, pero se excluye de ella su lengua, sus costumbres y su religión.

Además nada garantiza que aquello que consideramos “propio” sea necesariamente bueno y debamos mantenerlo a toda costa, sólo por el hecho de ser “propio”. La identidad no solo mira al pasado como la reserva privilegiada donde están guardados sus elementos principales, sino que también mira hacia el futuro; y en la construcción de ese futuro no todas las tradiciones históricas valen lo mismo. No todo lo que ha constituido un rasgo de nuestra identidad nacional en el pasado es necesariamente bueno y aceptable para el futuro.

El libre comercio está siendo atacado. Sus defensores están acostumbrados a refutar la doctrina de la balanza comercial y otras falacias sobre los países “compitiendo” económicamente unos con otros. Sin embargo, no están tan acostumbrados a responder las críticas “culturales” al comercio. Los promotores de las barreras comerciales insisten que el libre comercio y la globalización destruyen la cultura. Pero, ¿produce la globalización una homogeneidad cultural y la pérdida de diversidad? ¿Está siendo amenazada la “autenticidad” cultural por la globalización? ¿Está el planeta en peligro de verse ahogado en un gran charco de monotonía? ¿Y debemos temer una pérdida de identidad personal conforme los miembros de diferentes culturas intercambian ideas, productos, y servicios? Los argumentos culturales contra el libre comercio, tal y como lo veremos, no son nuevos. Y son igual de falaces como los argumentos económicos contra el libre comercio.

Identidad y autenticidad cultural

Una objeción común contra la globalización sostiene que ésta erosiona la autenticidad cultural, o incluso que diluye la pureza de una cultura dada. Por ejemplo, los autores del informe Alternativas a la Globalización Económica afirman que “Los logotipos comerciales reemplazan a las culturas locales auténticas como la fuente primaria de identidad personal”[5].

Manfred Steger desprecia la “McDonalización” y asegura que “En el largo plazo, la McDonalización del mundo equivale a la imposición de estándares uniformes que eclipsan la creatividad humana y deshumanizan las relaciones sociales”[6].

Cultura e identidad personal

La autenticidad cultural está estrechamente ligada a los asuntos de identidad personal, debido a que si la identidad de una persona solo puede constituirse dentro de un contexto cultural puro o auténtico, y las impuras e inauténticas lealtades transfronterizas amenazan con disolver dicha identidad, cada persona tendría entonces un interés en proteger la pureza o autenticidad de una cultura. La identidad personal se entiende como si estuviera encajonada dentro de una identidad colectiva ineludible y más amplia.

El profesor de Harvard Michael Sandel argumenta que la pertenencia cultural, y por ende la primacía de la comunidad, es un requisito para el auto-entendimiento y la identidad personal, y que los enfoques individualistas generalmente fallan en tratar adecuadamente el problema de la identidad personal, ya que “para estar en capacidad de hacer una reflexión más completa, no podemos ser sujetos ilimitados de posesión, individualizados de antemano y determinados antes de nuestros fines, sino que debemos ser sujetos constituidos en parte por nuestras aspiraciones y simpatías centrales, siempre abiertos, es más, vulnerables, a crecer y transformarnos a la luz de un auto-entendimiento repasado. Y hasta el tanto nuestro auto-entendimiento constitutivo comprenda un sujeto más amplio que únicamente el individuo, ya sea una familia o tribu o ciudad o clase o nación o pueblo, hasta este punto definen una comunidad en un sentido constitutivo”[7]. Por lo tanto, cada uno de nosotros tiene ciertos “auto-entendimientos constitutivos” sin los cuales simplemente no tenemos una identidad definida, y dichos auto-entendimientos están tan conectados con la “familia o tribu o ciudad o clase o nación o pueblo” que lo que es realmente identificable no es una persona humana numérica y materialmente individualizada, sino una persona colectiva.

Además, implícito en el concepto de cultura involucrado en las teorías de identidad colectiva se encuentra un entendimiento colectivo de lo que constituye una cultura. Pero para que una cultura califique como una cultura viviente, debe ser capaz de cambiar. Insistir en que no debe verse influenciada por otras culturas, o que hay que “protegerla” detrás de barreras comerciales y otras formas de influencia externa, es condenarla a marchitarse y morir. También es imponerle a la gente una “identidad”, una visión de sí mismos que ellos no comparten, como lo evidencia el hecho de que sus preferencias deben ser desechadas coercitivamente con el fin de “proteger” dicha visión. Como lo indica Mario Vargas Llosa, “Pretender imponer una identidad cultural sobre la gente equivale a encerrarlos en una prisión y negarles la más preciada de sus libertades—la de escoger qué, cómo, y quiénes quieren ser”[8].

Conclusión

Las culturas vivientes cambian. Es el mismo proceso del cambio el que las hace ser ellas mismas. Su igualdad no es simplemente un asunto de su diferencia con otras culturas, sino de su diferencia consigo mismas durante el transcurso del tiempo, de la misma forma en que una persona que crece de la niñez a la adultez permanece siendo la misma persona únicamente mediante el cambio[9]. Lo que muchos observadores de países ricos identifican como el elemento cultural esencial de las sociedades pobres es su pobreza. Yo he observado la decepción de turistas de países ricos cuando gente vestida en ropajes coloridos se detienen, buscan en su bolsillo, y sacan un celular para contestar una llamada telefónica. ¡No es auténtico! ¡Arruina todo el viaje! ¡A esta gente se le está despojando de su cultura! ¡Son víctimas del capitalismo global!

Aunque ver a un indio colombiano o a un maya de las montañas hablar por teléfono celular podría arruinar la visita de un acaudalado turista de la pobreza, tener la capacidad de usar la telefonía para hablar con amigos, familiares, o socios comerciales es a menudo altamente valorado por la gente que compró los celulares, y no debe verse como una amenaza a su identidad. La globalización está haciendo posible una cultura de prosperidad y libertad para los indios y mayas, que pueden disfrutar de la riqueza y la libertad sin dejar de ser quienes son. De la misma forma en que la cultura no debe ser identificada con el aislamiento y la estasis, tampoco debe identificarse con la pobreza.

El derecho a comerciar es un derecho humano fundamental. Los argumentos “culturales” que tienden a limitar el comercio a las fronteras de los estados-nación son insostenibles. El proteccionismo cultural perpetúa la pobreza, no la cultura. Debe rechazarse, no primordialmente en el nombre de la eficiencia económica, sino en el nombre de la cultura, ya que las culturas vivientes florecen en la libertad y la prosperidad.



[1] Para una discusión útil sobre las diversas falacias relacionadas al comercio internacional, ver Paul Krugman, Pop Internationalism (Cambridge, Mass.: MIT Press, 1996) y los ensayos sobre comercio de Frédéric Bastiat.

[2] Peter Berger, “Introduction: The Cultural Dynamics of Globalization”, en Many Globalizations: Cultural Diversity in the Contemporary World, ed. por Peter L. Berger y Samuel P. Huntington ( Oxford: Oxford University Press, 2002), p. 2. También podemos distinguir entre formas discretas de globalización, incluyendo el surgimiento de culturas empresariales, profesionales y académicas globales, la difusión de la cultura pop, y los efectos de la globalización sobre las formas en que la mayoría de las personas viven sus vidas.

[3] En Kathleen Freeman, ed., Ancilla to the Pre-Socratic Philosophers (Cambridge, Mass.: Harvard University Press, 1971), fragmento 247, p. 113.

[4] Homero, The Odissey, traducido por Robert Fagles (New York: Penguin, 1997), p. 215.

[5] Alternatives to Economic Globalization [A Better World is Possible], A Report of the International Forum on Globalization, p. 71. Ver también “Culture Wars”, The Economist, 12 de septiembre de 1998, reimpreso en Globalization and the Challenges of a New Century, ed. Por Patrick O’Meara, Howard d. Mehlinger, y Matthew Krain (Bloomington: Indiana University Press, 2000), pp. 454-460.

[6] Manfred B. Steger, Globalization: A Very Short Introduction ( Oxford: Oxford University Press, 2003), p. 71.

[7] Michael Sandel, Liberalism and the Limits of Justice (Cambridge: Cambridge University Press, 1982), p. 172.

[8] Mario Vargas Llosa, “The Culture of Liberty”.

[9] Publicado en www.culturalsurvival.org.